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Job se adelantó siglos a la astronomía

Job se adelantó siglos a la astronomía

Por Zoé Antonio Cruz · Protestante Digital

¿Cómo pudo Job llegar a semejante conclusión tantos siglos antes de que los científicos griegos lo descubrieran?

Se cree que la civilización griega clásica duró alrededor de un milenio, prácticamente desde la desaparición de la cultura micénica, alrededor del año 1200 antes de Cristo, hasta que el Imperio romano derrotó definitivamente a los griegos, en el 146 a. C. Un milenio es un período demasiado extenso como para hablar en general de la filosofía, la ciencia o la religión griega. Habría, por tanto, que especificar de qué época concreta se está hablando porque mil años son muchos años y hubo tiempo de sobras para diversas transformaciones culturales y científicas.

Algunos autores distinguen al menos tres etapas en el desarrollo de la ciencia griega [1]. Una primitiva etapa llamada jónica, porque se asentó en la región costera de Jonia, con Esmirna como capital, situada en la costa e islas adyacentes de lo que hoy es Turquía occidental y que habría tenido lugar alrededor del siglo VI a. C.; una segunda etapa centrada en Atenas, en la que se dio un gran desarrollo de la filosofía, gracias a pensadores como Sócrates, Platón o Aristóteles, durante los siglos V y IV a. C.; y finalmente, la tercera etapa asentada en Alejandría, donde destacaron científicos incipientes como Aristarco, Euclides, Ptolomeo, Eratóstenes, Arquímedes, etc., que vivieron a partir del siglo III a. C. en adelante. El concepto de que la Tierra era como una esfera que flotaba en el espacio se estableció gracias sobre todo a las mediciones realizadas por Eratóstenes (276-194 a. C.). Hacia el año 240 a.C., este sabio griego calculó la circunferencia del planeta usando para ello la diferencia entre los ángulos que formaban las sombras en edificios de Siena y de Alejandría.

Pues bien, mucho tiempo antes de que los griegos llegaran a esta concepción sobre la redondez de la Tierra y su suspensión en el vacío, en el libro de Job se decía: “Él extiende el norte sobre vacío, cuelga la tierra sobre nada” (Job 26:7). Se trata de una concepción absolutamente original en todo el Antiguo Testamento, según admite el biblista Luis Alonso Schökel [2], puesto que el vacío y la nada no son fáciles de concebir.

Tal como se ha señalado, esta idea de que la Tierra es esférica y cuelga sobre el vacío no fue completamente elaborada por los griegos hasta el siglo III a. C. Sin embargo, -aunque hay considerable especulación acerca de la antigüedad del libro de Job y nadie sabe con exactitud cuándo se escribió- es muy posible que sea el más antiguo de la Biblia y que deba situársele por lo menos en el tiempo de los patriarcas.[3]

Aunque, según algunos autores, bien podría haberse escrito incluso antes, entre Babel y Abraham, lo cual lo colocaría en el segundo milenio a.C. Si esto es así, ¿cómo pudo Job llegar a semejante conclusión tantos siglos antes de que los científicos griegos lo descubrieran?

Por muy sabio e intelectual que fuera no es posible que tomara la idea de alguna otra civilización puesto que ninguna poseía en aquel tiempo semejante concepción astronómica. Más bien era común ver el cielo como una cúpula sólida que se apoyaba sobre pilares o elefantes gigantes, tortugas inmensas, toros enormes, etc., según las distintas mitologías.

Hoy sabemos que la Tierra no flota estática en el espacio, sino que, como todos los cuerpos celestes, se desplaza sin cesar. Todo se expande y separa continuamente. Ningún cuerpo celeste está en reposo, sino que se mueve y navega a gran velocidad, pero en los días de Job esto se desconocía.

Sobre la frase “cuelga la tierra sobre nada”, el gran teólogo y predicador de Gales, Matthew Henry, escribió a principios del siglo XVIII, las siguientes palabras: “Admirable expresión de lo que la astronomía moderna nos da a conocer. El hombre no puede colgar una pluma sobre la nada, pero Dios cuelga sobre la nada el orbe entero”.[4]

Y tal como dice también el profesor español José Luis Sicre Díaz: “El libro de Job (…), rompe el estrecho límite de la época en que fue compuesto y adquiere dimensión supratemporal”.[5] En mi opinión, dicha eternidad del libro se debe precisamente a la inspiración divina que influyó de manera determinante en su autor humano.

Notas

[1] Battaner, E. 2021, Los físicos y Dios, Catarata, Madrid, p. 9.

[2] Schökel, L. A, & Sicre, J. L., 1983, Job, comentario teológico y literario, Cristiandad, Madrid, p. 369.

[3] Hay una extensa relación de las diferentes hipótesis acerca de la antigüedad del libro de Job en Schökel, L. A, & Sicre, J. L., 1983, Job, comentario teológico y literario, Cristiandad, Madrid, p. 69.

[4] Lacueva, F. 1999, Comentario bíblico de Matthew Henry, Clie, Terrassa, Barcelona, p. 528.

[5] Schökel, L. A, & Sicre, J. L., 1983, Job, comentario teológico y literario, Cristiandad, Madrid, p. 68.

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